Ejecuciones, linchamientos, degradación pública fueron corrientes en la Revolución Cultural China
En mayo del próximo año se cumplen
sesenta años de la puesta en práctica del segundo de los proyectos personales
de Mao Zedong, la Revolución Cultural, cuyos resultados fueron tan desastrosos,
catastróficos, mortales para la población china como su anterior plan, el Gran
Santo Adelante. La cifra de muertos de los siniestros y totalitarios proyectos
maoístas supera los 50 millones de personas. A la altura de Hitler o Stalin
Hace casi seis décadas, en mayo de 1966,
daba inicio una iniciativa personal de la mente desquiciada y dictatorial de Mao
Zedong para China, la Gran Revolución Cultural Proletaria, que resultó un
completo fracaso y un baño de sangre. No era la primera vez que Mao imponía a
sangre y fuego sus disparatadas y criminales ideas.
La terrorífica ocurrencia de Mao, el
sangriento disparate se dio en llamar Revolución
Cultural y se prolongó durante diez años, de 1966 a 1976, cuando por fin muere el
tirano; en realidad la cosa vino a ser una purga de intelectuales,
profesionales, cargos del partido, militares, civiles de ciudades y del campo
y, en fin, de todo el que fuera sospechoso de no ser lo suficientemente
entusiasta con el amado líder y su pensamiento. Pero lo que verdaderamente
pretendió Mao fue liquidar a todo aquel le pudiera hacer algo de sombra, a todo
el que sospechara que pudiera disputarle el poder y a todos los que lo
criticaron por el terrible desastre que fue el llamado Gran Santo Adelante
(1958-1962). Además, la intención era borrar todo lo que pudiera ser calificado
como burguesía reaccionaria o capitalismo (como si para entonces quedara huella
de capitalismo en aquella China), y también había que eliminar toda huella de
la cultura tradicional china y, por supuesto, de cualquier cosa que oliera a
religión. Para poner en práctica esta campaña, el dueño de China se apoyó en la
Guardia Roja, ejército de jóvenes extremadamente fanáticos encargados de ir
buscando y eliminando a todo el que les pareciera reaccionario o
contrarrevolucionario, ya que los guardias rojos tenían competencia para elegir
a quién ejecutar. Lógicamente, la herramienta utilizada fue la violencia más
brutal. Torturas, palizas, saqueos, desplazamientos forzosos (millones de
jóvenes urbanos fueron ‘destinados’ a trabajo en el campo), encarcelamientos
sin mediar palabra, trabajo hasta la muerte, humillaciones públicas,
fusilamientos…, la lista de las barbaridades llevadas a cabo en la cacería va
mucho más allá de lo que pueda imaginarse.
Así, entre otras acciones perpetradas
por la Guardia Roja, fueron exhumados, juzgados,
condenados y quemados los huesos de
algunos emperadores chinos de muchos siglos atrás; se destruyó patrimonio
histórico, artístico y cultural de valor incalculable, se prohibieron las bodas
al estilo tradicional chino y muchas otras costumbres arraigadas en el pueblo;
se saquearon y arrasaron templos (Buda y Confucio se convirtieron en demonios
antirrevolucionarios), bibliotecas y otros edificios, se quemaron libros por miles,
cementerios, objetos de arte… y, especialmente, todo lo que oliera ligeramente
a la tradición, a creencias, a cultura o a extranjero.
Y se ordenó a las policías locales que
jamás interviniesen en las acciones de la Guardia Roja, que actuaron de modo
idéntico a las SS nazis. Los especialistas no se ponen de acuerdo para la cifra
de muertos que causó la Revolución Cultural, aunque sí se barajan algunos
datos: en Pekín, en sólo dos meses de 1966 fueron ejecutadas casi dos mil
personas y se produjeron cerca de mil suicidios entre los que iban a ser
detenidos. Las estimaciones más bajas hablan de unos tres millones de muertos,
otros elevan la cifra hasta los diez millones, a los que hay que añadir
cantidades parecidas de heridos, mutilados y desaparecidos (muchas veces
llegaba la Guardia Roja, se llevaba a uno o a la familia entera, y de ellos
nunca jamás se volvía a saber). Evidentemente, los sucesivos gobiernos chinos
siempre se han opuesto a llevar a cabo una investigación sobre el asunto. Igualmente
es relevante el hecho de que la educación se convirtió en el medio ideal de
adoctrinamiento, sustituyéndose materias típicas de la enseñanza por dogmas
ideológicos. Puede afirmarse que la cultura y la educación en aquella China
fueron enjauladas en el férreo corsé maoísta.
Pero por muy aterrador que parezca,
las brutalidades cometidas durante la Revolución Cultural (que se concentró en
intelectuales, militares, políticos, clases medias urbanas) se quedan en poco
si se comparan con las ocurridas años antes en el Gran Salto Adelante (1958-61
ó 62, también idea de Mao y que se cebó en los más pobres, en los campesinos y
poblaciones rurales). Baste recordar que
la cifra de muertos que causó ese ‘salto’ varía, según investigadores, entre
los 25 y 50 millones, siendo imposible precisar, ya que la mitad de las
víctimas ‘desaparecieron’, simplemente se las llevaron de casa y nunca más se
volvió a tener noticia de ellos. Y es que, además, de la más salvaje violencia,
el Gran Salto Adelante exigía entregar toda la cosecha al estado, de modo que
millones de personas murieron de hambre por las calles, a veces a las puertas
de almacenes repletos de grano para exportar (sobre todo a la URSS a cambio de
maquinaria pesada, y para pagar deuda).
Lo incomprensible es que, a pesar de
aquellas aterradoras atrocidades, en China y otras partes del mundo hay quien
sigue rindiendo culto y admiración a Mao
(que fue definido por una de sus colaboradoras-amantes como “un sicópata ebrio
de violencia”), y a nadie se le ocurre preguntar por aquellos ‘desaparecidos’,
ni en China ni fuera. Aunque sean millones. Es acongojante.
CARLOS DEL RIEGO